martes, 20 de julio de 2010

4.- Bajando escalones...

A principios de mayo, otra de las noches más duras que recuerdo...No había podido orinar en toda la tarde y lógicamente tenía unos dolores tremendos. Fuimos a urgencias del centro de salud. Yo ya sabía que tenía que advertir sobre la enfermedad de mi padre, entre otras cosas porque es muy habitual que tengan un pudor exagerado, y dadas las circunstancias así lo hice. Afortunadamente, en todo este año de periplos por médicos, urgencias, y consultas varias, nos hemos encontrado con magníficos profesionales concienciados de que estos son unos enfermos especiales y que hay unas maneras específicas y muy concretas de tratarles. Pues esta noche no fué asi. Le hicieron sufrir lo indecible, primero en el centro de salud donde yo misma tuve que quitarme la chaqueta para cubrirle la zona genital y donde incapaces de ponerle una sonda vesical, nos mandaron llevarle a urgencias del Hospital Clínico y aqui, en vez de darle algún tipo de tranquilizante y hablarnos de mala manera cuando lo sugerimos, optaron por llamar a 4 celadores para sujetarlo por brazos y piernas...los chillidos de mi padre se oían en toda la planta. Supongo que pensaron, bah¡ al fin y al cabo se le va a olvidar...a él por suerte si, a nosotros ni mucho menos. Siento el sarcasmo, pero es para vivirlo...
Ya no se le pudo retirar la sonda. Muchos días sin orinar por si mismo, hicieron que olvidara como se hacía. Asi que a partir de entonces, había que tomarle la temperatura a diario, porque las infecciones, como así ocurrió, podían ser frecuentes. Muchas veces he pensado en cómo fué aceptando mi padre de bien algunas cosas, por ejemplo, la sonda vesical; nuestro mayor temor era, que por su estado de agitación y al notar "ahi" algo extraño, intentara arrancársela, con todo lo que eso conllevaría...puffff, pero por suerte nunca lo hizo.
Empezó también a tener problemas para andar. Más que por un fallo en su psicomotricidad, era la propia agitación la que le hacía perder el equilibrio con facilidad. La pésima alimentación y las constantes infecciones e ingesta de antibióticos, tampoco ayudaban, estaba algo débil. Asi que decidimos comprar una silla de ruedas. ¿Cómo hacer que la aceptara? Bueno, más sonrisas...le dijimos que era un invento de mi hermano para cuando se cansara, y le encantó. Salimos a dar un paseo mi hermano de su brazo y yo llevando la silla, y recuerdo que yendo por la calle de la Rúa le animamos a "probarla"; se sentó y empezó a reirse y a saludar con la mano a la gente en plan "monarca".

2 comentarios:

  1. Pobre hombre¡¡ qué manera de hacerlo sufrir¡¡¡
    saludos Beatriz

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  2. Si Moisés...y te queda una sensación de rabia en el cuerpo por no haber sabido ponernos en nuestro sitio...
    Un abrazo

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